Una noche, en Berlín, Einstein y su esposa estaban en una cena cuando uno de los invitados manifestó su creencia en la astrología. Einstein ridiculizó la idea como pura superstición. Otro invitado se levantó y denigró de modo parecido la religión. La creencia en Dios — insistió — era como una especie de superstición. En ese momento el anfitrión trató de silenciarle invocando el hecho de que incluso Einstein albergaba ideas religiosas. — ¡No es posible! — exclamó el huésped escéptico, volviéndose hacia Einstein para preguntarle si de verdad era religioso. — Sí, puede llamarlo así — repuso este en tono calmado — . Trate de penetrar con nuestros limitados medios los secretos de la naturaleza y se encontrará con que, detrás de todas las leyes y conexiones discernibles, sigue habiendo algo sutil, intangible e inexplicable. La veneración por esta fuerza que va más allá de todo lo que podemos comprender es mi religión. Y en esa medida ciertamente soy religioso.
Ya fuera al abrazar la belleza de sus ecuaciones del campo gravitatorio, ya al rechazar la incertidumbre de la mecánica cuántica, Einstein mostraba una profunda fe en el carácter ordenado del universo. Esto servía de base a su perspectiva científica, y también a su perspectiva religiosa. «La mayor satisfacción para un científico», escribía en 1929, es llegar a darse cuenta de «que el propio Dios no podría haber dispuesto esas conexiones de ninguna otra manera que de la que de hecho existe, no más de lo que habría estado en Su poder hacer del cuatro un número primo».
“¿Creía en la inmortalidad? «No. Y para mí, una vida es suficiente». Einstein pretendía expresar esos sentimientos con claridad, tanto para sí mismo como para todos aquellos que deseaban de él una respuesta sencilla sobre su fe. De modo que en el verano de 1930, mientras se dedicaba a navegar y a reflexionar en Caputh, compuso un credo personal, «Lo que creo». Este concluía con una explicación de lo que quería decir cuando se calificaba a sí mismo de religioso:”
La más bella emoción que podemos experimentar es el misterio. Es la emoción fundamental que subyace a todo arte y ciencia verdaderos. Aquel que desconoce esta emoción, que ya no puede maravillarse y sentirse arrobado de sobrecogimiento, es como si estuviera muerto, como una vela apagada. Sentir que detrás de todo lo que podemos experimentar hay algo que no pueden captar nuestras mentes, cuya belleza y sublimidad nos alcanza solo de manera indirecta; eso es la religiosidad. En este sentido, y solo en este sentido, yo soy un hombre devotamente religioso.
«No puedo concebir un Dios personal que influya directamente en las acciones de los individuos o que se siente a juzgar a las criaturas que él mismo ha creado — garabateó Einstein en una carta — . Mi religiosidad consiste en una humilde admiración por el espíritu infinitamente superior que se revela en lo poco que podemos comprender del mundo cognoscible. Esta convicción profundamente emocional de la presencia de una potencia racional superior, que se revela en el incomprehensible universo, constituye mi idea de Dios».
✺ Considera contribuir
Si encuentras valor en el contenido que ofrezco y aún no estás listo para suscribirte, considera realizar una donación. Tu apoyo me ayuda a mantener la calidad de mi trabajo y a seguir compartiendo contenido valioso. ¡Gracias por tu generosidad!
✦ Dona aquí → www.buymeacoffee.com/robqor




